martes, 20 de mayo de 2014

Paraguas para un sol de brujas

Exitosa presentación de la novela Sol de brujas del autor uruguayo Leonardo Rossiello Ramírez.
Ante una numerosa colonia latinoamericana, en la cual se encontraba Milton Soto Santiesteban embajador del Estado Plurinacional de Bolivia, y su familia, y también de algunos ciudadanos suecos, fue lanzada la última novela de Leonardo Rossiello Ramírez en la biblioteca de Uppsala. El evento estuvo amenizado por el cantautor Simon Rojas Kallin quien interpretó canciones del mejicano Sixto Rodríguez. A continuación el discurso de la presentación a cargo el escritor colombiano Víctor Rojas.


Paraguas para un sol de brujas

El escritor Leonardo Rossiello elige el año de su nacimiento para darle vida a Sol de brujas, una divertida novela que plantea asuntos muy serios y donde Luis Eduardo Águeda es el personaje central. Esta figura es el prototipo del burócrata de clase media. De esa de la que con tanta jocosidad nos habló Mario Benedetti tanto en su poesía como en sus cuentos. Águeda sobrelleva una vida aparentemente sin mayores complicaciones. Tiene trabajo fijo con el municipio, un carro usado y bien cuidado, reservado para salir los fines de semana, una esposa embarazada y una pareja de amigos. Por supuesto que tiene membresía en un club de golf y en sus planes a corto tiempo está el de incursionar en el mundo de la política. No porque su convencimiento ideológico lo obligue a defender en las plazas públicas sus visiones acerca de cómo se deben manejar los asuntos de la sociedad. No, este funcionario municipal fiel a su estirpe, carece de ideas acerca de cómo dirigir los destinos de una nación. Lo que él proyecta en los soñados estrados es subir de estatus social y tener billetes de mayor envergadura en su billetera. Este personaje rosselliano en nada se diferencia de esa clase política arribista e inepta que durante siglos ha pululado en todas las esferas de poder de la gran mayoría de países latinoamericanos. Por culpa de estos individuos las arcas de los tesoros públicos han sido más amigas de los bolsillos de los politicastros que de las necesidades de la gente. Físicamente Águeda es alto, pelirrojo, brioso, luce bigote y anda bien vestido. Un día cualquiera, que por cierto, pintaba como ejemplar, tan pronto llega a su oficina recibe una inesperada llamada telefónica. Al otro lado de la línea una voz, de mujer  desconocida, lo incita para que abra una carta que le ha dejado sobre el escritorio. Y Águeda, que además de las particularidades ya mencionadas cuenta también con la de creerse que Montevideo es un gallinero y él el gallo de corral, se deja llevar por la curiosidad. Como si fuera un personaje bíblico, nuestro burócrata cae en la tentación y abre la misiva.

En el universo de la buena literatura, al igual que en el mundo real, los magnos acontecimientos los genera un asunto baladí, un elemento insignificante. Las grandes praderas son incendiadas por una chispa. Pues bien, la vida de Luis Eduardo Águeda también se rige por ese singular principio. Con la salvedad de que a él le fue dada la posibilidad de elegir, de darle o no vida a ese elemento trivial.  Así reza el final de la carta, escrita con fina caligrafía en tinta verde:

En caso de que usted no desee seguir cono­ciéndome, escriba cualquier otra cosa, o tire esta Epís­tola Primera a la basura. Haga lo que usted quiera, y si no quiere hacer nada, pues no haga nada, como si fuera un monje budista zen. De esos que se dedican a no hacer nada en absoluto y encima les parece regio.

La epístola no fue a parar al tacho de la basura. Águeda eligió y al final de la novela lo encontramos pagando lo elegido. El desconcierto en el que empieza a entrar su vida se rige por la máxima de que cada mala situación es susceptible de empeorar. Las cartas que Águeda continuó recibiendo son de ponderado valor. No solo le dan un vuelco total a la vida de su destinatario sino que dejan en el lector la impresión que Rossiello es dueño de un enorme depósito de conocimientos que utiliza con precisión en su ejercicio narrativo. De esa cualidad que debe tener todo escritor, la sapiencia, hay una leyenda en la mitología nórdica que nos cuenta de las mortales peripecias que Odín tuvo que pasar para hacerse a la chicha de la poesía. El dios vikingo se alzó con la preciada chicha porque le urgía darle de beber a su ejercito ya que una condición sine quanom para sus guerreros era que antes de aprender a manejar las armas debían aprender el oficio de los poetas. Pues bien, la famosa chicha estaba fermentada con la sangre del gigante Kvásir, Y la sangre de Kvasir estaba compuesta por todo el conocimiento del mundo. En su nueva novela Leonardo Rossiello nos hace dar la impresión de que pertenece a esas huestes de sabios guerreros que en el oficio narrativo hacen gala de vastos conocimientos. Y no debe ser de otra manera ya que uno de los nobles objetivos del escritor es entregar a los lectores las llaves del depósito donde reposa la sapiencia. Solo la sabiduría hará de mujeres y hombres seres libres. Pero volvamos a las cartas o epístolas de Eléonore. Dichas misivas también obligan al lector a una reflexión, dolorosa pero necesaria, del nefasto papel que las monarquías de Europa han jugado en todas partes del mundo, especialmente en el continente africano. Entre líneas se percibe en la narración el saqueo a que fue sometida la República Democrática del Congo, en la época en que era una gran hacienda del monarca belga Leopoldo II. Solo basta un corto párrafo de Sol de brujas para conmoverse por el desprecio con que los belgas trataron la fauna y flora del Congo. Veamos.

(…) papá y Abuelo Luc salían en canoas a lugares profundos del río, soltaban un bloque de trinitrotolueno con mecha impermeable y cápsula fulminante, bum, explotaba ahí abajo, se formaba como un rielado en el agua que quería subir en burbuja pero no podía, se estremecía todo, hasta las lianas de la jungla, monos y loros yacú (como uno, virtuoso del insulto, que teníamos en casa y sabía más de trescientas palabras) y al cabo salían a la superficie todos los peces que hubieran estado en un radio de cuarenta o cincuenta metros del bloque de explosivo, y boas, y hasta cocodrilos. Una vez mataron a un hipopótamo de un bombazo, era una masacre o matanza, después iban con una red como un medio­mundo, y no creas que llenaban la canoa y después repartían. No, se quedaban con tres o cuatro de los mejores pescados y el resto los dejaban ahí, flotando (…)

Sin embargo, a la depredación a que fue sometida la Republica Democrática del Congo, en la época en que se desarrolla la novela, se le suma también el desprecio por la vida de los nativos. La autora de las epístolas es hija de un súbdito belga interesado en limpiar la raza. Ella misma le cuenta a Águeda:

Mi padre, en aquel momento y con la inesti­mable ayuda de mi madre, estaba en el Congo Belga dirigiendo las actividades de un importante Instituto de Higiene Racial, principalmente mediciones, expe­rimentos e investigaciones de todo tipo. Era un centro importante, él se carteaba con los principales higie­nistas raciales de todo el mundo, incluyendo al famoso sueco Herman Lundborg.

Valga la pena recordar que el higienista racial Herman Lundborg, fue jefe del Instituto Estatal de Biología racial con sede en Uppsala. El sueco estaba convencido que los cabezanegra y los gitanos provenían de un cruce de razas que tenía la tendencia al crimen despiadado, la demencia y la idiotez. Al igual que Hitler y su séquito, creía que la estirpe blanca, nórdica, tendía al bien y era pura y perfecta en sus genes. Tan casi nada ha avanzado la Humanidad que un siglo más tarde, aún hay individuos que siguen creyendo en estos cuentos. Para la muestra un botón: dentro de poco tiempo tendremos elecciones parlamentarias en Suecia y las encuestas nos chismosean que el partido de los racistas llegará al parlamento con numerosa delegación. A eso conlleva la falta de sapiencia. Pero volviendo a Eléonore, quien como se aprecia es protagonista relevante en Sol de brujas, hay que destacar cómo Leonardo Rossiello se las ingenia para crear un personaje que en la práctica narrativa no existe pero que a través de ella recibimos los elementos más importantes de la novela. La intriga, los conocimientos, el delito, la manipulación y una gran dosis de ironía y erotismo. El preludio a lo que parece haber llevado a Eléonore a tener su primera real experiencia sexual, a perder su virginidad en sus días de adolescencia, lo narra ella misma con esta escena:

A medida que me acercaba los ruidos conti­nuaban y se hacían más nítidos. Al llegar me asomé y vi un espectáculo que se me quedó grabado. Totume Belela estaba desnuda, inclinada, casi en cuatro patas, apoyándose contra una repisa baja, sus grandes senos balanceándose, y gemía, porque atrás, desnudo, esta­ba Didí, la tenía bien penetrada, con la mano derecha la tomaba por la cintura y la ayudaba y la dirigía en el movimiento de su grupa grande y redonda, para atrás y para adelante, pero también movimientos circulares pélvicos o lúbricos, dos esdrújulas seguidas, no, tres, qué gracioso (…)

Es la actuación de Elénore la que nos hace sentir por un instante que Sol de brujas tiende de vez en cuando a convertirse en una novela policíaca. Afortunadamente no es así. Se trata de una novela citadina, de gran alcance, que cumple muchos objetivos a la vez. El lector no queda a salvo de hacer una profunda reflexión acerca de las condiciones del ente humano. La política, el amor, el engaño, la diatriba entre explotados y explotadores y por supuesto, los actos de estupidez que la humanidad comete en su divagar. Esa misma técnica narrativa de sorprender al lector en la última frase con la cual no deleitó el inolvidable Horacio Quiroga, es empleada por su compatriota Leonardo Rossiello Ramírez con fina puntería. Al final no sólo se sabe quien es el verdadero conspirador, sino también la razón de la conspiración en desmedro de la existencia de Águeda. Y aquí cabe de nuevo resaltar lo inescrupulosa que es la clase política corrupta. El suegro del personaje central es un politicastro, un vividor de las necesidades populares. Eso basta para adivinador su papel de mequetrefe en la novela.  “Sol de brujas” es una expresión popular con la cual se hace referencia al sol que anuncia borrascas. Viene de la creencia de que eran las brujas quienes determinaban el estado del tiempo. Magnifico titulo para una novela de mucho contenido social.

La primera vez que encontré a Leonardo Rossiello sucedió en Borås, una ciudad intermedia entre Gotemburgo y Jönköping.  De eso ya hace más de tres lustros. Íbamos a leer poesía en el instituto de inmigrantes de ese pueblo. El público estaba compuesto por el organizador de la velada y su mujer de origen finlandés, más dos entusiastas parientes que nos acompañaban, uno de Leonardo y otro mío. Me acuerdo que de ese encuentro quedé con una gran inquietud. ¿Para quién narran los escritores latinoamericanos que viven en Suecia?  Y de remate, si la mayoría de los narradores provenimos de exilios forzados. Escribimos en el idioma con el cual nos amamantaron para un público cada vez más reducido que convive con los muchos miles de lagos y bosques de este bello país y para colmo poco motivado a la lectura. Creo que le escuché decir a Leonardo que escribimos para la posteridad ya que algún día, después de que nos carguen los temidos vientos ineluctables, alguien de aquí o de allá, nos descubrirá. Y esa apreciación es justa en la medida en que nunca se sabe qué camino toman los libros después de que son presentados. Los suecos han sido más objetivos, más racionalistas frente a esa inquietud. Han acuñado la expresión invandrar-författare para denominar a los escritores que casi nadie lee y que por lo tanto tienen que desempeñar otros oficios para ganarse el pan de la vida, ya sea calificando tesis literarias como es el caso de Leonardo o persiguiendo ladronzuelos, como es el mío. En fin, personalmente creo que escribimos para nuestras tías piadosas y por lo tanto lo hacemos con mucha devoción y eso requiere harta responsabilidad y bastante entusiasmo. Pero les contaba de mis encuentros con el escritor homenajeado esta noche primaveral. Años después Leonardo y yo nos encontramos de nuevo en la Universidad de Gotemburgo. Yo forjaba una tesina sobre el humor en la poesía de Roque Dalton  y en vista de que mi profesor de literatura, Lars Lönnroth no tenía ni idea de quién era el ofendido poeta salvadoreño, me remitió al departamento de lenguas romances donde trabajaba un profesor venido de Latinoamérica. Ni más ni menos dicho catedrático era Leonardo. Creo que nunca tuve tiempo de agradecerle su tutoría, ni siquiera un posterior par de años cuando nos volvimos a encontrar en Bogotá. Leonardo había sido invitado a la Feria Internacional del Libro a presentar la novela con la cual había ganado el premio Alvaro Cepeda Samudio. La versión de esa feria estaba dedicada a la diáspora colombiana. Yo, además de andar con el miedo a cuestas por las posibles represalias de la derecha de mi país, estaba tratando de convencer a los bogotanos de que el realismo mágico tiene sus raíces en la poco conocida Saga de Islandia. Ese encuentro a la entrada de la feria, fue un poquito más largo que un parpadeo. No pasó más allá de una exclamación de sorpresa al unísono: ¿tú, qué haces acá? Nuestro ajetreo de ese momento no nos permitió siquiera degustar juntos a la hora del almuerzo un buen sancocho capitalino. Realmente ha sido Uppsala el lugar que nos permitido compartir con más tranquilidad. Es la segunda vez que gracias a los buenos oficios de María Miranda y la presencia de la colonia latina nos encontramos en esta histórica ciudad para compartir ese maravilloso mundo de la literatura.

Leonardo Rossiello Ramírez nació en Montevideo, Uruguay. Desde 1978 reside en Suecia, donde es profesor e investigador en la Universidad de Upp­sala. Ha publicado ensayos y trabajos de investigación, así como libros de poesía, cuento y novela. En 1993 fue el ganador del primer concurso “Narrado­res de la Banda Oriental” de Uruguay. En ese mismo país ha sido distinguido por el Primer Premio del Ministerio de Educación y Cultura en ensayo, 1990, y en narrativa los años 1996 y 2000. En 1997 obtuvo el premio Casa de Améri­ca Latina, dentro del Premio Juan Rulfo de cuentos, en Francia. En 2003 ganó el Primer Concurso de Novela Breve Álvaro Cepeda Samudio en Colombia. Parte de su obra ha sido traducida al sueco e italiano.
Gracias Leonardo por ofrecernos Sol de brujas, genial novela de la cual los lectores que viven en América Latina no tendrán el privilegio de ser los primeros en leerla. Allá ellos, ¿quién les manda vivir tan lejos?     


Víctor Rojas

martes, 6 de mayo de 2014

Los fascistas se han tomado las calles el Primero de Mayo!

El primero de mayo por la tarde, regresé a casa cabizbajo, Me pesaban los zapatos al andar. No era de tanto haber caminado, como solía hacerlo en años anteriores, sumándome a cuanta marcha estaba programada. Desde la multitudinaria de los socialdemócratas hasta la diezmada del Partido Comunista Sueco pasando por la moderada de la izquierda parlamentaria. No, ahora me deslizaba soportando el mayor de los pesimismos. Cualquier conocido que me hubiera visto hubiera sin duda pensado que me dirigía con la misma incertidumbre con que lo hacían los condenados al patíbulo en Suecia hace dos siglos. No era para menos. Los fascistas suecos de todo el reino se habían dado cita para provocar en esta estratégica ciudad. ¡Ya nos son los trabajadores los que salen a marchar, sino los hitlerianos! Si mi abuela viviera, al ver esto hubiera dicho con toda certeza: los pájaros tirándole a las escopetas. Días antes un dirigente local de la izquierda había conminado a sus prosélitos a demostrar en otra ciudad para evitar confrontación con los fascistas. Allá, que cada cual haga su reflexión. Personalmente creo que si este tipo sigue razonando de esta manera, con los años terminará desterrado. Más valiente fue la mayoría de curas de la ciudad que un par de horas antes de que se iniciara la marcha de los nazistas había convocado a una manifestación no política pero que su eslogan rezaba: ¡igualdad y fraternidad!. Algunos jóvenes entusiastas le añadieron la consigna faltante al grito de: ¡Queremos nuestras calles libres de fascistas! A pesar de que esta sagrada convocatoria resultó ser mejor que las que convoca Petro en la Plaza de Bolívar en Bogotá, no pude al final de la jornada dejar de cargar el sinsabor: Los fascistas se han tomado las calles el Primero de Mayo, Eso, de la misma manera que Petro habrá entendido que a la ira de los oligarcas no hay concentración, por más agitada que sea, que la apacigüe. La gangrena corre pata arriba, tanto aquí como allá.
 
Creo que a causa de esta mala experiencia, llevo dos días encerrado en mi apartamento, sin encontrar a nadie, sin conectarme con nada. Y mi teléfono, como siempre, cómplice incondicional de mi pesimismo: No suena. Si hubiera tenido la costumbre de usar bata, me hubiera parecido en lo anacoreta a KLIM, el famoso periodista bogotano que ni él mismo se dio cuenta de su muerte.
Pero hoy desperté del letargo. A la mierda los sinsabores. La vida es así. Y pendejo el que se queda encerrado lamentándose. Encendí la computadora, empecé a actualizarme. Encontré una nota de nostalgia. Se acaba el goce pagano, el barcito ese de la bohemia de nuestros años mozos. Me acuerdo que una vez, para despistar al enemigo, el Comité Central de nuestro pequeñísimo Partido hizo una reunión clandestina en el bullicioso local del Goce Pagano. En medio de boleros y guarachas se decidió que nos sumariamos al Frente por la Unidad del Pueblo y participaríamos en elecciones. No sacamos ni la sombra de un concejal pero nos deleitamos echando discursos veintejulieros por todas partes. Para que no crean que estoy inventando, les dejo el enlace:
Otra nota que leí, por pura chismorrería, (en ese periódico que es una pizca menos indecente que El Tiempo), tenía un tinte de lío de faldas. La candidata del Polo, Clara López, había sido novia del matachín Alvaro Uribe. Lo único que me quedó en claro al terminar de leer la nota es que mis sospechas no eran infundadas. A la izquierda de Colombia se la ha comido la derecha.
Y para rematar, para justificar que esta Vida vale vivirla, el viperino Fernando Vallejo, pisa callos en la Feria del Libro. Acá los dejo con su diatriba.