El diablo me conmueve.
Es
una figura sagrada caída en desgracia.
Fue
condenado por un delito que nunca los mortales conocieron.
Ni
siquiera hubo testigos falsos.
Mucho
menos acervo probatorio.
De
sospechoso este ángel maldito no tuvo quien lo defendiera,
ni
deliberaciones de un jurado
así hubiese
sido de mala conciencia.
Nadie,
ni el más poderoso, le ofreció la segunda instancia.
Cualquiera
que esté de malas
puede
ser condenado con falsas imputaciones.
Pregúntenmelo
a mí.
Si
Lucifer hubiera querido,
para
decirlo con palabras de abogado del diablo,
hubiera
podido comportarse obediente
y
observar las divinas reglas del juego con la vista gorda.
Pero
el infierno crepitaba en busca de un dueño.
Ya
rey de la hoguera eterna
Satanás
no se echó a morir de la pena
ni
sufrió desmayos al escuchar el veredicto.
Eso
sí, tuvo que cambiar su apariencia
y
entregar su esplendorosa aureola de santo en picada
por
un par de cuernos de ternero adolescente
y un
rabo vulgar que al principio fue de paja.
De
consolación
el
juez supremo le entregó un morral repleto de nombres
motes,
santos y señas, apodos y remoquetes.
Con
él a cuestas anda por donde se antoje
ofreciendo
tentación a siniestra y siniestra.
Viéndolo
bien, Lucifer también perdió sus inmaculadas alas,
su
hermoso rostro de arcángel
pero
se dio mañas de instituir el regodeo,
la
mirada coqueta, la derrota de la depresión,
el
vino eterno, la culebra que ronda camas nocturnas,
la
danza árabe de las dagas, el fin del estrés,
la
metáfora de la broma, la comida opípara,
los
carnavales inacabables, el no dejar pasar la ocasión,
y
otras diversiones difíciles de enumerar
por
largas y llamativas.
Hay
más ofertas de regocijos
en
los hornos de Satanás, debo decir,
que
en el paraíso habitado por almas que nada inspiran,
aburrido como una película china muda
como
una cuarentena obligada.
Solo
me causa desazón
que
la hoguera donde Lucifer ameniza sus bacanales
no llegue a tener leña
suficiente para arder.
Víctor Rojas
Mayo 29 de 2020
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