domingo, 22 de septiembre de 2013

Palabras de otoño

Hace tres décadas algunos amigos míos y yo fuimos vilmente acusados por la cúpula militar colombiana de un crimen atroz. Los motivos de esa acusación aún no los puedo entender a pesar del paso del tiempo. Lo único claro es que con esa acusación nos obligaron a vivir una vida jamás soñada, lejos de nuestras familias. Y crease o no, todo lo que se hace obligado por más fructífero que sea siempre tiene el sabor de la derrota.

Si bien es cierto que mis amigos y yo anhelábamos una patria socialista y de bienestar para los desposeídos de nuestra tierra, es mucho más cierto que estábamos lejos, pero muy lejos, de emplear el terrorismo como herramienta para realizar tales anhelos. Nuestros ideales políticos nada concebían sin la participación masiva de las muchedumbres descamisadas. Es más, abogábamos para que en esa lucha nos acompañara la burguesía progresista. En nuestro quehacer revolucionario siempre condenamos a los grupúsculos que usurpaban las históricas tareas de las masas. Nunca nos quedamos callados cuando en esa vil usurpación cometían actos de barbarie. Jamás nuestra lucha se encaminó contra prójimos como tales. Siempre propugnamos por un cambio democrático de sistema de gobierno, para bien de todos. Al sistema dirigido por burgueses y terratenientes lo queríamos remplazar por un sistema dirigido por obreros y campesinos. Firmemente nos encaminamos contra el nepotismo, la corrupción, la mediocridad, la falta de fe en el ser humano y la arrogancia. En nuestras libretas de apuntes subrayábamos las frases relacionadas con la distribución equitativa de las riquezas patrias y el bienestar de los ciudadanos.
     
Al comienzo de mi exilio en Suecia, me sorprendió que el gobierno socialdemócrata imperante, en cabeza de Olof Palme, fuera más radical que nuestros sueños socialistas. Acá nadie moría de hambre, de fiebres o diarreas en los pasillos de los hospitales. Acá se les pagaba y, aún en gobiernos de derecha, se les paga a los jóvenes que estudian secundaría o van a la universidad. Eso, porque en esta patria hace rato se entendió que la mayor riqueza que puede tener una nación, es el conocimiento que posean sus ciudadanos. Los suecos modernos supieron de las torturas porque los torturados vinieron a contarles de sus dolores no porque hayan tenido que sobrevivir en cámaras de interrogatorio levantadas en instalaciones militares. Cuando entendí lo que significa allemansrätten (que la naturaleza sueca es de todos los suecos), pensé en lo poco ambiciosos que éramos con la consigna: la tierra pa´l que la trabaja.

El caso es que hace cinco años emprendí la tarea de escribir una novela que tuviera como trasfondo los hechos de los cuales se nos acusa. No fue fácil, pero me siento satisfecho de haberlo logrado. Esa modesta pero sincera obra será la palabra escrita que yo deje como prueba de nuestra inocencia. Eso me basta. De esa manera quedo a paz y salvo con todo y todos. Ese “todos” por supuesto que también significa todas:
Con los amigos que nos brindaron su apoyo incondicional a pesar de los riesgos que corrían en esos tiempos donde existía en la cabeza de los policías el delito de “intento de sospecha”. (De corazón, gracias a esos valientes amigos.)

Pero también quedo a paz y salvo con quienes se dejaron ganar la partida por la cobardía y como patéticas figuras bíblicas negaron y renegaron, al ruido de sables, el cruce de nuestros caminos. Por desgracia son muchos. Que la vida les enseñe qué es el coraje civil. (Si ya no es demasiado tarde).
Con los obstinados en seguir acusándonos sin razón. A ellos, que la sombra de la irresponsabilidad les sea eterna y materna. La calumnia es causal de denuncia.
Con aquellos que pese a saber cómo actúa el enemigo de clase, se arrodillan como esclavos frente a sus difamaciones. (Ah, cuánta falta hace un roque dalton en Colombia).
También quedo a paz y salvo con quienes nunca supieron que un verdadero revolucionario nunca miente.

La novela Juego de escorpiones será presentada en París el 26 de septiembre y luego en Colombia. Te hago participe de la lucha por nuestra inocencia. Y que los aduaneros literarios no me condenen por contrabandear literatura por las fronteras de la política. Pero es que cada cual da de lo que tiene y yo lo único que tengo es un viejo procesador donde escribo poemas a las cosas sencillas e historias absurdas basadas en hechos reales. Los obstinados y sus cofrades, ya sean generales de tres soles, pobregatos tipo haroldalvarado o engendros ya sea a lo eduardomackenzie o a lo fernadovargas, tienen afiladas svásticas y fatales recursos. A estas alturas llevan en su costal de infamias una mentira recurrida como verdad, una sarta de torturas y la desaparición forzada de una madre joven, sus dos hijas y un anciano de mucho coraje civil. Patricia, Eliana, Katherine y Marco Antonio, en ese orden se llamaban.

Con la presentación de la novela doy por terminado el exilio. Quiero vivir donde me plazca, hacer las cosas que me gustan y actuar de acuerdo a lo que considero justo y noble. A menudo recuerdo que Odín, el dios de los vikingos, daba por hecho que un guerrero antes de serlo es poeta. Quizás sea por eso que siento náusea de la vasta ignorancia del nefasto domador de yeguas del Ubérrimo que cree que los luchadores populares de Colombia se vuelven poetas en el exilio. Ya vemos que no es así. Lo cierto es que el exilio es el estado de derrota en que viven los poetas. Y yo acá me despojo de mi capa de invierno zurcida con treinta derrotas, una por año.

Con afecto,



Víctor Rojas

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