Cerámica de Mario Rojas
En estos días de brutal epidemia, no hay una manera más simpática de empezar
la siguiente crónica que no sea esta:
Un fantasma recorre el mundo entero. Es el fantasma del virus corona y contra
él se ha unido, en palabras y hechos, una gama de gobernantes imbéciles,
culebreros apostólicos, hechiceros, rezanderos y cortesanas.
Las viejas beatas de España, nietas de Franco y
sobrinas de Rajoy, se levantan el domingo contra el toque de queda que el
gobierno ha implantado para no hacer más grande el ya demasiado grande contagio.
Por las bocas bigotudas de estas santurronas brotan gritos ensordecedores de ¡Primero
contagiadas que antes de dejar de asistir a misa!
Los predicadores, tanto los pastores vestidos de paño inglés como los curas
de naguas negras, hablan de la llegada inminente del primer caballo del
apocalipsis. La víspera del final de todas las cosas en el año gemelo. La grey
de los evangelistas se llena de estupor y entra en convulsión. Ningún rezo le
aplaca los ojos desorbitados. Congregación con rostro de miedo al saber que se
va a encontrar con el que siempre ha querido encontrarse.
Los pastores sin pérdida de tiempo ponen al frente de los templos canecas donde
la gente pueda deshacerse de joyas y dinero. Predican por altoparlantes que Dios
no acepta ricos en el cielo. Agregan que el servicio de las canecas es gratuito,
porque todo será, pero Dios tampoco acepta en su reino gente aprovechada de las
necesidades del prójimo.
La puta de Babilonia nada dice. Se lamenta, eso sí, de que la ropa purpúrea
y los fetiches en forma de palos cruzados, que tenía para exhibir en abril, se
tengan que depositar en otras canecas, las de la basura.
En su república bananera el otrora rabioso ateo, Daniel Ortega, llama a
multitudinarias marchas de fe y rezos al aire libre para que la divina
providencia no suelte sobre los campos de Sandino el virus corona en forma de aguacero
pertinaz. Su mujer, bruja convertida en payaso triste, -o por lo contrario- rocía
a los manifestantes con agua de cilantro y sábila para que no se infecten, pero
sobre todo para que no piensen.
Varios kilómetros más abajo, en otra república de bananos, Iván Duque,
cariñosamente llamado El cerdito, decreta una cadena de oración a la Virgen de Chiquinquirá
para que el País del Sagrado Corazón no se cunda del virus de la misma manera
que su partido político, a sus espaldas, se cundió de dólares de los mercaderes
de nieve en forma de polvo.
Mientras tanto al otro lado del Atlántico, en la tierra donde patentaron la
guillotina, el gobernante neoliberal de tracamandaca, monseur Macron, se
lamenta de no haber entendido de joven que la salud es una enfermedad crónica en
las sucias manos de las empresas privadas. Pero ya es tarde para hacer de las
jeringas, camillas y bisturís herramientas estatales.
Y, ay, Dios, el bufón Trump no cierra el ojo derecho en la noche, pensando
en que no tiene hospitales y en cómo pedirle al caimán barbudo que le preste
unas pastillas, aunque sean pocas, de Interferon Alfa 2B para ganar las
próximas elecciones.
En esas, arriba en las nubes, Dios está cagado de la risa al ver que sus
juguetes de barro están cundidos de pánico.
Víctor Rojas
Jönköping, 17 de marzo de 2020.