miércoles, 29 de abril de 2020

La poeta cubana Vivian Lemes, autora del poemario "La piel del cristal" nos envía la siguiente nota. Vivian Lemes vive en Barcelona y es médica sobreviviente de Covid-19.



LA PAJA EN EL OJO AJENO
Foto: Estefanía Baeza



Hoy es una tarde de cualquier día de mi vida. La humanidad libra una batalla contra un enemigo invisible. Tan invisible que me sorprendo a veces tonteando con la idea de la fábula inventada por unos para aterrorizar a otros. El eterno juego del bueno y del malo. Pero es cierto. Estamos en medio de una batalla. Me froto los ojos, estiro los dedos contra el teclado, me levanto a por un vaso de agua, preparo algo de comer, pongo música, miro el techo, me estiro y camino diez pasos hasta la habitación, vuelvo de nuevo al salón, apoyo mi cara contra el cristal de la terraza.
Afuera los pájaros pían más que nunca. Hay silencio humano. Solo se escuchan las aves y las ramas entrechocando, como si la ciudad se hubiera convertido en un apacible bosque de las afueras.  El ser humano está encerrado detrás de las ventanas y los muros, espiando el mundo que no le pertenece, aunque lo haya tomado y destruido a la fuerza. Pega la cara contra cada cristal y cada muro, siente el miedo en carne propia. Miedo a convertirse en pez de la pecera, en león enjaulado de zoológico, en especie en peligro de extinción. Se pregunta por el fin de la historia. Busca culpables precisos. Reza a dioses inútiles. Todo en vano.
Alguien con poderes y maldad ha lanzado un virus mortal especialmente fabricado para aniquilar selectivamente a aquellos humanos defectuosos. ¿Quién entonces pondrá fin a esta historia?
La incapacidad de observar su propia paja es la que urde cualquier tipo de fábula que lo exculpe del desastre que es como especie. Así que siempre ha habido, hay y habrá un maldito enemigo, alguien más malo que nadie creando caos y confusión, desviando la marea humana corriente abajo, contra las piedras de la culpa ajena.
Me falta amor, me digo, amor en general. Cada uno de nosotros somos un pequeño mundo al que le falta amor. No somos otra cosa que la representación de ese gran mundo de allá fuera, ese que hemos creado y destruido a la misma vez. Me siento el mundo, desolada, vacía, pisoteada por fuerzas que se escapan a mi control. Observo a través del cristal ese mundo, el mundo que boquea en busca de oxígeno. Respiro mi propia asfixia.
Sin nosotros el aire del mundo se torna más limpio, el agua se aclara y a través del espejo del agua los peces nadan hasta la misma orilla, exentos de barreras humanas. La ciudad misma se ha convertido en sabana y montaña, prados y bosques. Los pocos animales salvajes que aún sobreviven a nuestra barbarie vuelven a recorrer las rutas que les robamos. A la tierra le crecen tímidas ramas con el tiempo contado. También el agua, el aire y las fieras tienen el tiempo contado. No les estamos regalando nada. Detrás de los cristales la gente llora y se ofende, aplaude a otra gente que le salvará del desastre. Sin embargo, yo me pregunto: ¿de qué desastre nos estamos salvando?



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