lunes, 21 de octubre de 2013

Presentación de Juego de escorpiones en Medellín



Rumbo al Ateneo Porfirio Barba Jacob, en medio de un caos vehicular desesperante , pensé que la hora programada para la presentación de la novela, era demasiado avanzada. Sin embargo, la reunión comenzó veinte minutos más tarde de lo previsto. En estas tierras de eternas primaveras, no cabe la lógica sueca, pensé.
Las expectativas eran mayores. Entre los asistentes al evento se encontraba aquella formidable pareja que hace 30 anos no dudó un solo instante en ayudarnos cuando más lo requeríamos. “Esperanza no era militante de izquierda, pero al ver tan tremenda injusticia que se estaba cometiendo, no dudó un solo instante en darle refugio en nuestra casa a algunos de los compañeros perseguidos.” Dijo Miguel en un momento de intercambio de palabras con el público.
El poeta Fernando Cuartas inició la velada haciendo una narración sucinta de mis actividades literarias para luego continuar analizando los sucesos políticos más relevantes de la época en que se desenvuelve la novela. El auditorio, en su mayoría jóvenes luchadores populares, escuchaba con atención. El poeta terminó su intervención recalcando que los buscadores de verdades deberían leer la novela no sólo con ojos literarios sino también con ojos históricos.

La historiadora Olga Luz Jaramillo, una de las organizadoras del evento y quien hacía las veces de moderadora, le dio la palabra a Sergio Guzmán, abogado de Derechos Humanos, quien empezó describiendo las luchas populares que se dieron a finales de los años 70 y la forma cómo fueron brutalmente reprimidas. Habló de las funestas consecuencias del llamado Estatuto de seguridad y de los gobiernos que abusaron del Estado de sitio para imponer sus políticas antipopulares.

En un aparte de mi intervención, donde agradecía a los amigos que nos brindaron su apoyo incondicional a pesar de los grandes riesgos que corrían, el auditorio en una cerrada tanda de aplausos reconoció el valor y la solidaridad de Esperanza y Miguel. Al finalizar el evento, varias personas se acercaron para que les firmara el libro y para dar a entender que la lucha por la justicia y la inocencia de los vilmente inculpados debería ser una lucha de todos los demócratas y amigos del proceso de paz.
Acá los días no tienen nombre, pensé cuando alguien, pese a las altas horas de la noche, sugirió que deberíamos celebrar el éxito del evento en la casa de la Red juvenil. En efecto, algunos minutos más tarde una docena de personas arribamos a una de esas amplias casonas de Medellín a departir. La camaradería era total. Me correspondió sentarme al lado de un preso político que esa noche tenía permiso de salida. En la plática que sostuvimos me dio a entender que llevaba detenido 15 años, acusado de terrorismo, y que por su buen comportamiento en la cárcel le habían rebajado casi la mitad de la pena. “Yo, también soy inocente pero acá la justicia cojea y nunca llega.” Dijo al despedirnos.

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