Debemos imaginar un inmenso
bosque de árboles diversos. Y algunos lagos a punto de dormir. Y unos
riachuelos alrededor, sin ganas de correr. En las entrañas del bosque un alce,
su rey, espera la llegada del otoño para asaltar los patios de las casas
aledañas y así poder empalagarse con manzanas maduras. La fermentación de las
frutas en su estómago lo doblegará para llevarlo a los territorios del sueño.
Horas más tarde, cuando despierte, ya el poeta Bengt Berg habrá alcanzado a
escribir:
Detrás de nosotros la alegría
herrumbrosa del otoño
Y aquella vieja canoa
desvencijada
Que sacan del riachuelo año
tras año
Un ladrido en la mañana
-probando sonido para la caza
de alces
Y entonces vendrá la muerte
del rey de los bosques. Los turistas alemanes se pelearán con los leñadores
suecos por saborear su carne. Y llegará el frío y nos obligará a prender la
chimenea. Chorros de humo blanco alcanzaran las nubes y negociaran con ellas
gruesas capas de nieve. La mercancía empezará a caer en diciembre y con su peso
ahogará enero. Será la hora en que nos olvidaremos del alce, lerdo cuadrúpedo
cuya indiferencia al pasar las carreteras es la mayor causante de accidentes de
transito, y nos someteremos al yugo de lo blanco. Entonces nos sublimaremos
recitando los versos de nuestro poeta:
Vivimos en la nieve y hacemos
todo
para quitarla del camino
–echamos arena,
sal, barremos, aramos,
renegamos y echamos pala
Pero solo los niños saben
manejarla:
prenden una vela en el
amanecer más azul
y miran la larga noche por la
ventana de la cocina
que cálida brilla afuera, en
la oscuridad
La mitad del año se irá en
esas agobiantes tareas. Alcanzaremos a gastar dos pares de esquíes y varios
filos de trineos. A perder cualquier cantidad de gorros en el camino y a creer
que la piel de las manos es de lana. Guardaremos en apolilladas alacenas la
alegría y pondremos a calentar vino a fuego lento. Se ausentaran las palabras
dieta, grasa y calorías. Y nos convenceremos que al Hacedor de cosas se le ha
olvidado exclamar: ¡Hágase la luz! Y en alguno de esos lánguidos instantes
Bengt Berg habrá profetizado lleno de contento:
Un día de abril
en verdad toda la nieve habrá
desaparecido,
pero no esa
que cayó el año pasado
y que de nuevo caerá año tras
año en las rojas,
cálidas lenguas de los niños.
Pero contra la terquedad del
verso, aparecerá la primavera y las aves regresaran de su extenuante viaje al
sur del viejo continente. Y en el pueblito de Torsby, llamado así en memoria
del hijo camorrista del dios Odín, Bengt Berg abrirá de par en par las puertas
de su inmensa casona y colgará en las paredes los cuadros de los artistas de la
región e invitara a los poetas del mundo para que lean sus versos en la tarima
levantada con madera de pino en el patio; y ofrecerá los títulos de su sello
editorial a los turistas venidos de todos los rincones posibles; aunque los
menos interesados en libros serán los alemanes quienes no se cansaran de
preguntar por una carnicería donde vendan carne fresca de alce, o algún quiosco
donde vendan como souvenir heces de alce empacadas en cajitas de rapé. Entonces
ya será verano y la estatua de la mitológica cabra Heidrun, también así llamada
la casa editorial, recobrará vida y de su ubre inflada manará la misma leche
que alimentó a los guerreros vikingos.
Una gran amistad, llena de
anécdotas de las buenas, nos une con Bengt Berg. Yo sabía que ese nombre había
sido el traductor y editor de los poemas del rebelde guatemalteco Otto René
Castillo al sueco. Ya en otros escritos he contado acerca de la sevicia con la
cual los militares chapines arrancaron de la vida a este valiente poeta. En
fin. Crueldades son las que sobran en el mundo. Pues bien, y retomando el tema,
además de ese conocimiento no tenía ni idea de quién era Bengt Berg como
persona aunque presentía que como ente social era de avanzada. Y es que no en
vano alguien presenta a los lectores suecos los versos de un poeta que combinó
como forma de lucha la poesía y la vida propia para procurar ofrecerle al
pueblo guatemalteco mejores condiciones de existencia.
Creo que la primera vez que
nos encontramos con Bengt fue en una de las ferias del libro de Gotemburgo. De
eso ya hace tres lustros y tres años. En medio de ese maremagno de ávidos
perseguidores de libros, era fácil distinguir al poeta por su eterno gorro de
vivos colores. Sé que en la hemeroteca del periódico Jönköpings posten hay una fotografía de ese primer apretón de manos. No recuerdo que hayamos hablado de algo en
especial que no fuera ese asfixiante mundo de las ferias de los libros donde
escritores, editores y demás vividores de la palabra escrita tienen a cada
instante que jugar el papel de mercaderes en templo sagrado. Fue un encuentro
no muy demorado pero al despedirnos me
lleve la impresión que Bengt era un poeta de gran modestia, con un alto grado
de solidaridad con los descamisados del mundo. En nuestros posteriores
encuentros llegué a saber que su concepción de la vida y su credo político los
aplicaba durante los debates como concejal de Torsby, su pueblo de líricas actividades.
Con el paso de los días
interpreté su poemario En un rincón del
mundo al castellano. Y con este libro bajo el brazo partió a mi lejana
patria a participar en el Festival Internacional de Poesía de Medellín. De allí
regresó entusiasmado con nuestra gente pero también dolido de los grandes
problemas políticos y sociales que padecen mis compatriotas. La solapada
discriminación, el racismo que pulula en la mente de oscuros políticos y los
sectores atrasados de la sociedad pero también la incompresible y provocadora
brecha entre ricos y pobres. Tal vez fue por esas grotescas impresiones que
juntos, con la traductora de poetas latinoamericanos María Kallin y el gran
amigo de Colombia Lasse Söderberg, nos entregamos en las mil y una jugadas para
proponer al festival de poesía de Medellín como receptor del Premio Alternativo
de la Paz, otorgado en Estocolmo. Ya sabemos que esa idea tuvo feliz
culminación en el año 2006.
Un año más tarde sumé a los
buenos recuerdos que tengo en la vida el viaje que junto con Bengt Berg y
Gunnar Svensson hicimos a Bogotá para participar en las veladas líricas de
algunas tabernas de Bogotá y de la concurrida Casa de Poesía Silva. Eran
todavía días de esplendor de este centro cultural, otrora manejado a cabalidad
por María Mercedes Carranza, pero que después de su fallecimiento y con el
severo paso de los años y la rampante burocracia lo mandaron a la ruina tanto
poética como físicamente. Afortunadamente los poetas pueden dormir en todos las
casas del mundo, sean de ladrillo, de cartón, de vidrio o de madera. Debo confesar que moriré con esa
mala costumbre de salirme de tema. Bien, durante nuestra estada en la capital
Beng, Gunnar y yo hicimos un viaje al pronunciado cerro de la Calera en un auto
usado y poco cuidado. La subida fue penosa por la poca fuerza del motor y las
curvas peligrosas. La bajada sin embargo fue de película, a lo James Bond, con
chirrido de llantas y rozando el borde de los abismos. Llegamos a casa y al
entrar al garaje el auto éste dobló las llantas delanteras igual como lo hacen
los automóviles en las películas de dibujos animados. Al ver lo que hizo el
auto, el gorro de colores de Bengt, que tenía las manos encrespadas, salió
disparado dejando ver en la cabeza de su dueño una alopecia precoz. La perfecta
escena de una tira cómica.
Otros sustos de menor cuantía
le he hecho pasar a Bengt en el transcurso de nuestra amistad. Estoy convencido
que ahora él ha comprendido que un poeta no sólo juega con las palabras para
describir asuntos serios sino que también debe ser lúdico con la vida. Eso lo
ha llevado a la justa venganza lírica. El 19 de julio del 2011 se desquitó de
todos los sustos sufridos por mi culpa enviándome el siguiente poema:
llueve y pienso en víctor
de nada sirve pensar en víctor
cuando llueve, nada es
fructífero
al pensar en víctor: quizás:
¡la lluvia!
Un par de semanas después de
que se conocieron los resultados electorales al parlamento sueco, donde Bengt
Berg fue elegido en representación del Partido de Izquierda, uno de los
periódicos nacionales reseñaba en una lista a los parlamentarios elegidos que
tenían bajos ingresos monetarios. Ahí sobresalía el nombre de mi amigo. Y fiel
a su pensamiento, en las postrimerías del mandato, no sale de esa lista de
políticos paupérrimos. Nunca saldrá porque está convencido que la riqueza
consiste en saber apreciar las cosas sencillas de la vida. Ver gente sin hambre
ni penurias, encontrar enamorados tomados de la mano, conversar frente a una
copa de vino con los amigos, mover en el verano, con el cuerpo desnudo, el agua
de los lagos, soltar una risa espontánea, contemplar un cuadro, dar un beso o comer saludablemente. No se trata en este
caso de la obligada pobreza franciscana, no. Es sencillamente vivir bajo
parámetros filantrópicos y en armonía con la naturaleza. Sé que eso no lo puede
entender la insaciable caterva de demagogos colombianos que si supiera del
estilo de vida de Bengt Berg exclamaría: ¡Qué pendejo!, con tanta papaya que
deben dar las arcas públicas de los suecos. En fin. Daba a entender que en el
ocaso de su vida parlamentaria nuestro poeta ha dado muestras de mantener esa
cualidad que la gran mayoría de la clase política pierde en su ejercicio, la
honestidad. Los ingresos de Bengt Berg como trabajador político están muy por
debajo de un politicastro sueco de derecha que exprime, cual politiquero
latinoamericano, el erario como si éste fuera una vaca lechera. Una tercera
parte de lo que percibe el avaro político, devenga Bengt Bengt, trabajando el
doble pero asimismo donando la mitad de su salario al Partido.
Hace pocos días nos
encontramos en Estocolmo. Le pregunté si iba a postular para un nuevo mandato.
La respuesta fue contundente. ¡No! Por supuesto que el poeta seguirá en la
actividad política, megáfono en mano. Tal vez reincida como concejal de su
pueblo, proclamando a los vientos nórdicos que otro mundo sí es posible.
Víctor Rojas
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